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Nuestro oficio

Quien nace cineasta viene con una urgencia:

utilizar o fabricar imágenes para testimoniar la historia,

transmitir el asombro, los sueños, la poesía.

Esto no es nuevo, siempre fue así...

el narrador que nos precedió, el más remoto,

se ahonda en el misterio de los tiempos.

Lo hizo Dios como herramienta para contar su obra, la creación, la vida.

Yo diría que la primera proyección la provocó

la estela errante de una estrella

y el primer narrador fue ese lejano padre

que al verla transcurrir le transmitió el asombro

de esa maravilla a su circunstancial compañero

con un gesto, porque aún no se había afinado la palabra.

Pasado el tiempo hilvanó el sonido y le dijo estrella a la estrella

y narró su caída, y al fuego, fuego y describió para asustarnos

el infierno y suavizó el sonido y le narró la vida

y le brotó algún canto y les contó de las flores,

del amor y sus frutos.

Día a día fue mejorando la técnica

de la fascinación y el asombro y dijo:

“Yo quiero que no se acabe el Hombre”

y lo raspó en la piedra y pasaron los tiempos

y trazó su aventura en las cuevas de Altamira,

pero no le bastó, y con los siglos

dibujó la palabra y la incrustó en la arcilla.

Es así como hoy permanecen

nuestros remotos sueños y los dioses que fueron.

Los imperios nacidos “para siempre” y que hoy son arena...

Ese es nuestro oficio... testimoniar el llanto,

testimoniar la historia, cantarles a la pasión,

a la poesía: ser memoria.

¿Quién lo dijo?

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