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Memorias de la EPCTV - 1

Caminos que se encuentran

A principios de marzo de 1976 había presentado mi tesis de fin de la Licenciatura en Cinematografía, que con tanto entusiasmo había ido a cursar desde Rosario, mi ciudad natal, a la Universidad Nacional de Córdoba. Tenía fecha para defenderla el 30 de ese mismo mes, pero el 24 se prendió la mecha de la peor de las calamidades que me tocó vivir. Gracias a Víctor Iturralde Rúa y Guillermo López, voluntarios evaluadores, un año y medio después pude participar de una mesa examinadora y así pude obtener mi título de grado, casi a escondidas, como si portara un mal contagioso, saliendo disparado, por consejo del entonces secretario de la facultad, que me dio el certificado a las apuradas.

Hasta el día antes al fatídico 24, además de un alumno a punto de egresar, lideraba una agrupación política estudiantil dentro de la Facultad, que se llamaba Cine y Libración y cuyo isotipo era la cara del niño de Tire Dié, el corto de Fernando Birri, que a su vez habían reproducido Solanas, Getino y Vallejo en La Hora de los Hornos. Una de las actividades que hacíamos con la agrupación era, justamente, proyectar La Hora en forma clandestina en diversos sitios seleccionados con medidas de seguridad que hoy parecerían infantiles a la luz de lo que pasó después.

Casi ocho años de terror pasaron, interminables. Muchos compañeros quedaron en el camino; cineastas y de todas las ocupaciones imaginables. Además del proyecto derrotado, la resistencia minusválida y la muerte alrededor todos los días, sufrimos la discontinuidad profesional, la imposibilidad de insertarnos en el sistema productivo para el que nos habíamos preparado, de aprender el oficio que complementa la profesión en los años posteriores a la universidad.

Durante los últimos cuatro años de la dictadura, después de deambular por varios trabajos, frecuentaba Arteón, organización de Arte que dirigía Néstor Zapata, quien me dio “asilo” -así podría llamarse es esa época a un lugar donde uno podía expresarse tranquilo, sin temor a ser delatado inmediatamente- y trabajé en el Taller de Cine Arteón, una experiencia valiosísima que sirvió de cimiento de la futura Escuela de Cine y Televisión de Rosario.

No es casual que sobre fin de 1983, recuperada la Democracia en la Argentina, asomaran vientos frescos y aparecieran oportunidades para quienes habíamos sufrido persecuciones de parte de la dictadura militar que gobernó por la fuerza a nuestro país desde 1976. Apareció una oportunidad de esas que no se repiten. El caso es que el gobierno provincial recientemente electo resuelve crear el Instituto Provincial de Arte, una organización de educación y promoción cultural, con sedes en Santa Fe, Rosario y Reconquista, con escuelas terciarias de Teatro, Cine y Televisión, y Folclore. Fui convocado para armar el área correspondiente a los medios audiovisuales.

El desafío era importante. Recuerdo que cuando me entrevisté con Norberto Zen, quien era en ese momento el director del Instituto Provincial de Arte, en el mes de marzo de 1984, me impuso como una de las consignas que la escuela de Rosario debería estar dictando clases normalmente en el mes de mayo, o sea en un mes y medio. Afortunadamente el proyecto estaba preparado y el grupo humano del Taller de Cine de Arteón fue el semillero del cual salieron los primeros docentes. El esfuerzo y la dedicación de ese primer grupo fueron inmensos y nunca voy a terminar de agradecerles el acompañamiento.

A mediados de mayo la nave carreteó y empezamos a volar. Los primeros tripulantes fueron: los docentes Hugo Berman, Carllos Carletti, Carlos Coca, Alejandro Lamas, Patricia Larguía, Pascual Masarelli, Norberto Lipchak, Rosa Molina, Dante Pais, Mario Piazza, Cristina Prates, Adolfo Scneidewind y Gabriel Serrano; las secretarias Cecilia Saux y María Elisa Escobar; y los porteros Carlos y Pedro Aguirre. Además, en Rosario estaba el sub-director del IPA, Norberto Campos.

Sin dudas, la puesta en marcha de la Escuela Provincial de Cine y Televisión de Rosario es la obra más comprometida de todas las que me tocaron. Es el proyecto al cual le dediqué más tiempo y empeño. Era una época complicada, y nuestra propuesta era arriesgada, en una Democracia frágil, recién reconquistada, sin consolidar. El proyecto de trabajar para el desarrollo de una industria regional de cine y televisión era una quimera con todas las letras. La industria del cine en la Argentina estaba concentrada totalmente en Buenos Aires y la televisión local era absolutamente inaccesible; para colmo de males, el video aún no existía y las computadoras menos. Equipamiento no había al principio y lo aportaban docentes y alumnos.

Más de uno hubiera dicho que en esas condiciones no se podía hacer nada. Nosotros igual nos lanzamos.

1 comentario:

Carlos Vera dijo...

Saludos Raúl, recuerdo el momento que leí en el diario el aviso de inscripción a la Escuela de Cine, fue un antes y un después para mí, la Escuela marcó el rumbo de mi vida profesional, realmente me siento muy orgulloso de haber pasado por ella y haberlos conocido a todos ustedes.
Por muchos 25 años más!!!